CANDOR
Poco antes de que los domingos fueran amargos, éramos muy ingenuos.
Creímos en lo de las siete vidas de los gatos hasta que Negrito se cayó de la
terraza. Que serían los demás bebés los que fueran de goma, porque el nuestro
no rebotaba en las escaleras. También estábamos
convencidos de que el único riesgo de encender cerillas en casa de la abuela
era hacernos pis por la noche en la cama, y de que como las noticias malas
volaban, nosotros no necesitábamos despertarla de su siesta cuando se
prendieron las cortinas de la cocina.